viernes, junio 15, 2007

Y se me comió la lengua un gato

De aquí a una semana exactamente habré dado mi primer paso en el intento de convertirme en una mujer de provecho, y a esta hora estaré... supongo que en trance, más o menos como ahora.

Precisamente en momentos como estos, de enajenación "mundana", me pregunto... qué habrá de ficción en Madame Bovary o en Don Quijote... porque resulta evidente que la cordura no planea mi equilibrio mental.

Así que, abstraida de las voces y del mundo, sobrevuelo la ciudad ruidosa hasta llegar a la playa de la Marbella. Puedo sentir el aire húmedo jugando con mi pelo, el olor de la arena mezclada con un aliento de aire que recuerda los tan preciados protectores solares.

Me vuelve al recuerdo, y cual voyeur observo al hombre que tamiza con una especie de rallador la arena para extraer la sal y luego meterla en una pequeña botella de plástico, algo marcada por los golpes asestados por su -aparente- nómada propietario.
Mientras que el que encandila a su pueril amada, agarrando entre sus manos sucias y sudorosas un fajo de billetes amarillentos, se bebe, casi de un sorbo, un ron con cola.
Se acerca a la barra una chica y deja el sillín de su bici en suelo. Tan... italiana, de pelo color paja vieja quemada por el sol, de extensa y rizada melena supongo, pues las rastas no dejan ver su naturaleza genética.
El perro de la joven, algo mojado por sus constantes viajes asiduos al agua, me hace llegar su olor tras sacudirse una y otra vez, mientras su propietaria, entre sonrisas musita algo inaudible al oido de su "carrizales".
La música no cesa, y yo, incapaz de bajar a la tierra continúo mis pensamientos encadenados, con un trasfondo de una voz femenina inquiriéndome algo indescifrable para mí...

- ¿Nos vamos a casa? Son las 22'00. Mañana me levantaré temprano....

La chica del sillín se acerca de nuevo a la barra, recoge su sillín y se despide de la camarera amargada. Se va. Y el olor del perro empieza a ser desagradable para mi sensible pituitaria. Entre canción y canción se puede oir, un grito procedente del rallador de arena, mientras las carcajadas de aquel mezquino viejo trepanan mi cerebro.

- ¿Me estás escuchando?

Volveré.

- Vámonos.

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Mirada cristalina

Mirada cristalina