miércoles, agosto 20, 2008

Me pregunto una y otra vez hasta cuando durará este suplicio, este esperar a que todo termine. Esta incesante insatisfacción intrínseca que me lleva a una sed de algo que ni yo misma sé reconocer.
Supongo que la sed sólo se puede apagar bebiendo. O quizás es mejor morir deshidratada.
Me odio por ser incapaz de discernir el capricho de mis verdaderos anhelos de amor.
Me odio por no haber sido capaz en todo este tiempo de mantenerme con firmeza, aún a sabiendas que hay tentaciones a las que uno ha de renunciar.
Me odio por ser tan dañina, tan perjudicial para la salud emocional de aquellos seres que me importan.
Me odio por ser tan superficial, por haber valorado más la pasión que el amor verdadero.
Ahora que soy capaz de echar la vista atrás, de ver las cosas con cierta nitidez, no dejaré pasar la oportunidad de demostrar a los seres que más me quieren y me han querido que puedo ser recíproca y complacerles como ellos lo han hecho conmigo.
Sé que muchas de las cosas que he vivido se han dado por mi circunstancia vital, sin ser distinta a la de otro ser mundano en las mismas circunstancias.
Sé que el día que sea madre todo cambiará, me asusta el hecho de no ser tan buena como lo ha sido la mía, pero sé que haré todo lo posible por serlo. Por lo menos intentarlo para que no me lo puedan reprochar jamás.
Sé que debería medir mis acciones y no provocar tantas catástrofes, intentar se coherente con mis actos y pensamientos para que así todo tenga sentido.
No creo en el Dios de la Iglesia Católica, ni en el Evangélico, ni en cualquiera de los otros que lo consideran como un ser supremo castigador, siempre altivo y enfadado, sino en el que yace en mi interior y es capaz de darme las fuerzas necesarias para luchar día tras día. El que me da la paz y la tranquilidad suficiente para dejarme ver que soy capaz de superar todos los obstáculos que encuentro en mi vida.
Las pérdidas son horribles.
Perder a un ser querido que ha fallecido tras un longeva vida es doloroso. Pero perder a alguien que sabes que todavía habita en este mundo y que no puede compartir contigo su felicidad porque existen muros infranqueables, es frustrante y por ende mortal.
Hay muchas pérdidas que podrían resultar subsanables, podrían solucionarse sino fuera por el evidente egocentrismo del ser humano.
He perdido uno de los seres más queridos de mi vida, un lugar inhabitable por nadie más. Pero que permanece lleno de buenos recuerdos porque a fecha de hoy no siento dolor sino regocijo por saber que ahora será más feliz que hace unos meses.
Mi madre, ser incomprensible para mí, y yo para ella. Quisiera poder alcanzar sus pensamientos y acercarla al camino de la verdad para que así fuera más feliz pero no sé cómo, no sé como alcanzar ese estado de excentricismo que la inhibe de la realidad espiritual, de su fuerza interior. Me da pena y sobre todo me causa dolor verla así.
Mi hermana, tan joven y madura a la vez. Niña de mis ojos. Se ha alejado de tal modo que también resulta inalcanzable para mí. Me reconforta saber que está tan seguro de sus planes, sus ideas, sus convicciones. La envidio (de forma sana) por ser tan consecuente. La quiero con toda mi alma pero ella insiste en alejarse de nuestras vidas, de nuestra compañía. Y culpa a los demás de una dependencia inexistente, sobre todo a mí, aunque luego intente convencerme de que siente envidia de mí por ser así. No creo que realmente la sienta.
Guardo la esperanza de que algún día se convierta en un ser menos distante y más afectuoso y que entienda que la familia es lo primero y que nadie le va a prestar tanto apoyo como nosotros.
Ahora tendré que dejar pasar los años, ignorar su existencia para con ella y limitarme a preguntar a mí madre que se sabe sobre ella. Es triste pero es así, no puedo hacer más.
Mi hermano me resulta un ser completamente desconocido, con muchas cosas parecidas a las de mi madre, la bondad y docilidad de él. Con todo es un ser muy egoísta pero con mucho amor para sus seres queridos.

Con todo, a pesar de las evidentes ambivalencias planteadas, no quisiera perder a ninguno de ellos porque son parte de mí. Parte de mi vida que no podría ocupar nadie más. Los adoro a los tres.
Creo que tengo un problema, realmente los veo tan distintos a todos y con caracteres tan diferentes, que me resulta imposible acercarme a ellos. ¿Por qué soy tan sumamente quisquillosa? ¿Y por qué me siento tan incapaz de acercarme a ellos si son mi familia?
Sí, tengo un problema y grave además.

Todo lo que está relacionado con mis sentimientos, mi modo de conocer a las personas, de permanecer en sus vidas, lo que yo espero de ellas etc., resulta bastante distinto al del resto de los humanos. No soy como los demás, quisiera ser como ellos para así poder relacionarme de manera adecuada. Soy un caso social fuera de serie. Me doy lástima a mí misma, hecho que resulta perturbadoramente penoso.
Porque no soy capaz de afrontar mis miedos, porque temo tanto la locura, si ésta no existe como tal.


Mirada cristalina

Mirada cristalina